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martes, 29 de octubre de 2013

ACTIVIDAD VARIADA DE ARTES DE PLACEM EN EL FNAC












DAVID LENCINA

























MONSE ARACIL SEVA













PEDRO LENCINA













GRUPO DE PLACEM, Y AMIGOS AL FINAL DEL RECITAL EN EL FORUM DEL FNAC




ALBERTO ESCOLAR



PÚBLICO ASISTENTE EN EL FORUM DEL FNAC












MIGUEL GRACIA SANTUY







MARÍA SERRALBA




ANA ARANA














PACO CARRIÓN





 CHELO LENCINA





AUGUSTA SANTANA












MAGO ÁLVARO
SE FINALIZÓ LA ACTIVIDAD DE PLACEM, CON EL PRECIOSO NÚMERO DEL MAGO ÁLVARO
A continuación los textos que se leyeron

¡AQUÍ ESTA JUAN!

Recuerdo unas lecturas de mi época de estudiante, plasmadas en un libro titulado algo
así como “Lecturas Ejemplares”, que verdaderamente eran eso … lecturas ejemplares
con moraleja, la mayoría tirando bastante a la doctrina cristiano-católica que era la base
en esos tiempos donde yo estudiaba y me educaba.
Entre las muchas historias que contenía el libro había una que se me ha quedado grabada desde entonces (y de esto hace ya mucho tiempo). La voy a tratar de recordar aquí para todos ustedes. Lo haré a modo de resumen y poniendo de mi parte algunos cambios y añadidos.
Erase un hombre muy pobre que vivía en una aldea perdida en la montaña, subsistía con lo poco que le podía arrancar a la tierra que trabajaba con sus manos y una azada, pues ni siquiera tenía un arado para poder labrarla, cuanto menos una pobre mula para tirar de ese hipotético arado.
Vivía solo desde que sus padres murieron hacía ya varios años cuando él solo era un mozalbete, solo tenía una pobre cabaña donde cobijarse y la soledad que le acompañaba todos los días de su vida. Pero este buen hombre llamado Juan, nunca se desmoralizaba, siempre sacaba fuerzas de flaqueza para seguir adelante.
No había ido a la escuela, por allí la más cercana distaba muchos kilómetros, además de no disponer de medios ni tiempo para asistir a las clases, por lo que solo sabía las pocas letras que sus padres antes de morir le habían enseñado, con una escritura rudimentaria y leyendo entrecortadamente algunos párrafos sencillos, ese era su único bagaje cultural.
Pero la falta de cultura la suplía con creces con su buena voluntad, su honradez, su sencillez y su trabajo.
Cada vez que se levantaba y se acostaba miraba al cielo y decía simplemente: Señor, aquí está Juan”.
Pasó el tiempo y llegó a la aldea una mujer que también se había quedado sola, por lo que se instaló con otra familia de las pocas que allí vivían que eran sus únicos parientes.
Juan y esta mujer intimaron rápidamente y pronto unieron su soledad pasando a formar un matrimonio bien avenido, por lo que Juan de nuevo y como siempre hacía, miró al cielo y solo dijo su frase: “Señor aquí está Juan”.
Tuvieron un hijo, que a los pocos años de nacer y cuando todo parecía sonreír a la pareja con la alegría de este nuevo ser, contrajo unas fuertes fiebres y como los médicos estaban muy lejos de la aldea, no pudieron atenderle por lo que falleció a los pocos días de contraer la enfermedad. De nuevo volvió la tristeza a nuestro personaje, pero él miró otra vez al cielo y dijo: “Señor aquí está Juan”.
La esposa de Juan entristeció de tal manera, con la pérdida del hijo que tanta ilusión había traído a sus vidas, que se puso muy enferma (con la enfermedad que hoy llamaríamos depresión), y a los pocos meses sin que se pudiera hacer nada por ella también falleció, dejando de nuevo a Juan solo como casi siempre había estado.
Juan siguió con resignación todos estos avatares de su pobre y maltrecha existencia, nadie lo vio decaer, ni maldecir su desgraciada vida, ni una sola queja salió de sus labios en ningún momento, siguió trabajando la tierra que tan poco le daba y tanto le quitó, y siguió mirando al cielo diciendo: “Señor aquí está Juan”.
Esta narración como digo, es un extracto de lo que yo recuerdo del libro antes mencionado. He aquí un ejemplo de lo que es la resignación de un ser humano, y de lo que es la fe que hay que tener en algo Superior, anteponiendo nuestros propios padecimientos al egoísmo de la raza humana tan dado hoy y siempre.
Podemos estar postrados en una cama, ir en silla de ruedas, padecer las máximas fatigas, pero no por ello hay que dejarse llevar por el desánimo total. Tampoco hay que ser muy instruido, ni muy poderoso para poder llegar a decir a pesar de todo, como el buen hombre de la historia que acabamos de leer: “SEÑOR AQUÍ ESTOY”.
Paco Carrión-Galecar.





                                     CODICIA, DE JORGE BUCAY

Cavando para montar un cerco que separara mi terreno del de mis vecinos, encontré, enterrado en el jardín, un viejo cofre lleno de monedas de oro.
A mí no me interesó por la riqueza, sino por lo extraño del hallazgo.
Nunca he sido ambicioso, y no me importan demasiado los bienes materiales...
Después de desenterrar el cofre, saqué las monedas y las lustré. ¡Estaban tan sucias y herrumbrosas las pobres!
Mientras las apilaba sobre mi mesa ordenadamente, las fui contando...
Constituían una verdadera fortuna.
Sólo por pasar el tiempo, empecé a imaginarme todas las cosas que se podían comprar con ellas...
Pensaba en lo contento que se pondría un codicioso que topara con semejante tesoro...
Por suerte...
Por suerte no era mi caso...

Hoy ha venido un señor a reclamar las monedas.
Era mi vecino
Pretendía sostener, el muy miserable, que las monedas las había enterrado su abuelo y que, por lo tanto, le pertenecían.
Me fastidió tanto...
... ¡que lo maté!
Si no lo hubiera visto tan desesperado por tenerlas se las habría dado, porque si hay algo que a mí no me importa, son las cosas
Que se compran con dinero...
Pero, eso sí, no soporto a las personas codiciosas...

Leído por Pedro Lencina Fuentes



          FRAGMENTO DEL RELATO: 

            A LA LUZ DE UN CANDIL


Dormía tres horas, no más, y comía una vez al día.
El frío de los inviernos que pasó en aquella casa hizo de ella un alma solidaria con el sufrimiento humano.

—A veces escuchaba a lo lejos el sonido de las bombas y sentía miedo, así que, me refugiaba en el microscopio tratando de exprimirlo al máximo, invadida de un afán de conocimiento que surgía de mi interior y que arrasaba con el interés a todo contacto externo. Las noches se hacían largas y no podía dormir. Me levantaba en la madrugada dos o tres veces, y me iba con la luz apagada hasta el laboratorio. De vez en cuando encendía una pequeña radio, tratando de conectarme con el mundo exterior, era el único vínculo que tenía: —Desde la BBC de Londres, retransmitiendo...
El laboratorio aparecía silenciado por el ruido de la música suave que se escuchaba de fondo —un ligero vals vienés—, mientras que Rita observaba por el microscopio las cédulas de la yema de un huevo. No podía imaginarse que en un futuro sus investigaciones a la luz de un candil darían su fruto, y gracias a ello podrían detectarse a tiempo muchas enfermedades mentales y atajarlas de un plumazo.
Junto a su libreta de fórmulas siempre se encontraban el lápiz y la goma de borrar: utensilios de los que no podía prescindir. Los mismos que años después le acompañarían en el camino, que de tanto pisarlo con fuerza se iba haciendo duro como una roca. Tanto que el alma de Rita se hizo fuerte al acaparo de aquel encierro forjado de acero.
—Rita, hija, baja a comer —Le pedía a veces su madre, casi suplicándole. Y es que el interés por sus estudios absorbía a la joven, alejándola de la realidad que se estaba viviendo. Y, como una colegiala al borde de la locura pesaba horas y horas encerrada en la habitación, alumbrada solamente por la suave luz de un candil. 

Del libro " Alas blancas de cometa " de Violeta Gambín Sevilla


 
FRAGMENTO DE  "EL ALCE"  DE EDGAR ALAN POE

No hace mucho visité el arroyo por el camino descrito y pasé la mayor parte de un día bochornoso navegando en un esquife por sus aguas. El calor fue venciéndome gradualmente y, cediendo a la influencia del paisaje y del tiempo y al suave movimiento de la corriente, me sumí en un semisueño, durante el cual mi imaginación se solazó en visiones de los antiguos tiempos del Wissahiccon, de los «buenos tiempos» en que no existía el Demonio de la Locomotora, cuando nadie soñaba con picnics, cuando no se compraban ni se vendían «derechos de navegación», cuando el piel roja hollaba solo, junto con el alce, los cerros que ahora se destacan allá arriba. Y mientras estas fantasías iban adueñándose gradualmente de mi espíritu, el perezoso arroyo me había llevado, pulgada tras pulgada, en torno a un promontorio y a plena vista de otro que limitaba la perspectiva a una distancia de cuarenta o cincuenta yardas. Era un cantil empinado, rocoso, que se hundía profundamente en el agua y presentaba las características de una pintura de Salvator Rosa mucho más señaladas que en cualquier otra parte del recorrido. Lo que vi sobre ese acantilado, aunque seguramente era un objeto de naturaleza muy extraordinaria, considerados la estación y el lugar, al principio ni me sorprendió ni me asombró, por su absoluta y apropiada coincidencia con las soñolientas fantasías que me envolvían. Vi, o soñé que veía, de pie en el borde mismo del precipicio, con el cuello tendido, las orejas tiesas y toda la actitud reveladora de una curiosidad profunda y melancólica, uno de los más viejos y más osados alces, idénticos a los que yo uniera con los pieles rojas de mi visión.
Digo que durante unos minutos esta aparición ni me sorprendió ni me asombró. Durante ese intervalo mi alma entera quedó absorta en una intensa simpatía. Imaginé al alce quejoso tanto como maravillado de la manifiesta decadencia operada en el arroyo y en su vecindad, aun en los últimos años, por la cruel mano del utilitarismo. Pero un ligero movimiento de la cabeza del animal destruyó de inmediato el conjuro del ensueño que me envolvía, y despertó en mí la sensación cabal de la novedad de la aventura. Me incorporé sobre una rodilla dentro del esquife y, mientras dudaba entre detener mi marcha o dejarme llevar más cerca del objeto que me había maravillado, oí las palabras «¡chist!, ¡chist!», pronunciadas rápidamente pero con prudencia desde los matorrales de lo alto. Instantes después un negro emergía de la maleza, separando las ramas con cuidado y caminando cautelosamente. Llevaba en una mano un puñado de sal y, tendiéndola hacia el alce, se acercó lento pero seguro. El noble animal, aunque un poco inquieto, no hizo el menor intento de escapar. El negro avanzó, ofreció la sal y dijo unas palabras de aliento o conciliación. Entonces el alce agachó la cabeza, pateó y después se echó tranquilamente y aceptó el ronzal.
Así termina mi cuento del alce. Era un viejo animal mimado, de hábitos muy domésticos, y pertenecía a una familia inglesa que ocupaba una villa de la vecindad. 

LA HOJA DE OTOÑO


Hoy sentí el Otoño cerca
al ver caer a las otras sobre la acera desierta,
y ser barridas a un cesto sin cariño y sin esmero,
como cualquier hoja seca.

Aferrándome a mi rama, con las uñas y los dientes,
procuré bien sostenerme como en mi más tierna infancia,
y volver a germinar como un pequeño esqueje abultado y sin formar.

Desde allí, aun recuerdo, oler a la Primavera,
rodeada de otras muchas poblando la rama seca,
y verme al fin convertida en preciosa enredadera.
y disfrutar del Verano,
con una larga melena de color verde profundo que lucía esplendorosa para aquel que la quisiera.

Un repentino frio se está metiendo en la tierra,
al lugar donde yo vivo, y al tronco que me alimenta.

“El Otoño está tardío” –le oí decir a la vieja,
paseando con su nieto mirando mi enredadera,
y me ofreció sus caricias con sus manos sin certeza,
a las cuales respondí, enredándome yo en ellas.

Hoy sentí cerca el Otoño cuando me vi descender,
ofreciendo piruetas al viento del amanecer,
y al toparme contra el suelo, con pavor le pude ver;
el hombre al cual yo admiraba por su monótono hacer,
hoy recogía del suelo, hojas muertas de mi árbol,
el Otoño ha llegado y yo, perezco con él.

María Serralba©




                                        Tan " rarita "...

Que nunca sé bien quien soy porque ando desdoblada, porque me gusta la nada para poder encontrarme, que aún sabiendo que me estallo contra paredes y muros, sigo pasando fronteras siempre que salgo a las calles donde vivo desnudada del cuerpo que me persigue y que escucha mis silencios y mis gritos más profundos, los que el alma callay sabe.
Soy como la más triste historia del más triste territorio qué se hacolado en mis letras, sin invitación de nadie...
Puede... no sé... igual si algún día me veo, puede... quizá... tal vez si encuentro mis pasos y regreso por mis fueros, puede...
No sostengo disciplinas ni me tapo con caretas.
Soy quizá " tan rarita", como me quisieron otros, que no supieron mirarme hasta el fondo de los ojos, único lugar que habito cuando vivo sola yo y las palabras que escojo.
Soy asunto de demonios debutantes entre chasquidos del alma o puede que de bendiciones que atraviesan falsas aguas, para llegar al destino de unas perdidas lágrimas.
Puede... tal vez si me recorro los sueños y me paseo las noches al borde de las migrañas, se me pare el corazón entre unas manos de unloco, que sepa decir quien soy pues me ha mirado los ojos, a través de una razón que siempre miró hacia
nada, para no tener que huir de tanta tonta mirada.
No soy yo, si me obligo a ser un alguien, igual que algún otro alguien, que se parece a otro alguien... y ninguno mira a nadie y ninguno dice nada.
Si soy, es que sigo viva, arrastrando mis cadenas y mis palabras vencidas.
Las que sostienen mis pasos, mis locuras y mis días.

                                      Augusta Santana



A todas las mujeres…

Desde hace días casi no puedo controlar mis brazos, mis pensamientos, ni mis manos, pensando en escribirles algo, pensando en escribirles a mis queridas amigas, pensaba escribir esto para mis amigas, pero creo que todas las mujeres son mis amigas y yo soy amigas de todas, que todas somos amigas porque somos mujeres, porque casi nada hay mejor en este mundo que compartir un café o una taza de té con una amiga, que reír con ella, que compartir con ella, que llorar con ella, que conversar con ella.

¡La energía que emanamos, que regalamos, que recargamos y que descargamos al compartir con una amiga, es incomparable con nada, ni siquiera con una caja de chocolates masticados uno por uno y saboreados hasta el final!

Porque mujeres, somos amigas, solidarias, confraternales, compinches, unidas, somos la bondad, el amor, el cariño, el respaldo, la magia, la energía, la mano amiga, la risa, el calor, el sexo, la comida, el cuidado, la complicidad, el pañuelo, la alegría de la casa, las madres, las esposas, las amantes, las hijas, las hermanas, el plato de sopa caliente para un resfriado, el pilar central del edificio, el romanticismo, la serenidad, la compresa olvidada, el regalito oportuno, los colores, las compañeras, las risas entre lágrimas, la fortaleza, la eficiencia, el sentimiento, las uñas rotas, los tintes, las ideas, las compañeras, la mejor terapia, el supermercado, la serenidad, los recibos, el colegio, las flores, las dietas, el jardín, la cerveza, la música, la copa de vino, el incienso, la universidad, las fotografías, las cremas, las flores, los chistes, el trabajo, …el sin fin de cosas buenas y otras malas por supuesto que tenemos, pero que todas ellas nos hacen ser la luz del mundo, si así es, sin ninguna modestia lo digo, aunque no le guste a mucha gente escucharlo o leerlo, de nosotras sale la vida y ese es un gran privilegio, de nosotras sale la luz, el futuro, el mundo entero sale de nosotras…y de ahora en adelante lo verán mas claro, la Luz no se puede tapar con un dedo y eso hay que tenerlo siempre en cuenta.

Las quiero amigas y les doy las gracias por existir.
Besos a todas las mujeres del mundo.
Nos vemos en el próximo café…

Ana Arana

FOTOS Y TEXTOS RECITAL 11 OCTUBRE 2013 CASA DEL LIBRO





Juan A. Urbano




Pablo Guillamón






Chelo Lencina



Augusta Santana





Ester Alonso





María Serralba











OTOÑO

Solitario queda el jardín florido.
Alejado el calor bochornoso
y ese aroma a flor, tan distinguido,
a fresco tulipán oloroso.

Se aleja el verano seco y cálido,
cediendo paso al otoño lluvioso
que por la gota fría es conocido;
y por momentos: lúgubre y tedioso.

Estación ajena al cambio de horario:
vividor otoño, sin casa ni rumbo;
despojado del trino del canario

Te quedaste sin olor, solitario.
Ante tus ramas, yo sucumbo
mecido por el árbol centenario.

LEÍDO POR PEDRO LENCINA
AUTORA M.VIOLETA GAMBÍN




EL OTOÑO DE LOS SEXOS

El otoño en los dos sexos es tema de discusión.
¿Quién ha dicho que el otoño es igual para los dos?
En el hombre, cincuentón, el pasar de un lado a otro es una gran conmoción,
del arreglo al desarreglo, lo hace sin ton ni son,
ya no se ponen colonia,
ni se atusan los dos pelos que repletos de mil canas no hay ya por dónde cogerlos.
Y de la línea, ni hablemos,
como si fuese una raza venida del extranjero,
todos llevan sus barrigas abultadas en exceso,
¿será quizás de cerveza?, o, ¿será falta de sueño?
Y están los siempre dispuestos,
que esperan a la “menor” que les saque de paseo,
ya que su espejo no miente y les da pues la razón,
al comprarse vestuario de chicos de quince años para llevar con descaro a su nueva adquisición por donde antes, ni en sueños,
con su esposa paseaban,
¡vaya cruel contradicción!
En la mujer es distinto, el otoño, las renueva,
y las hace resurgir como rosas de un rosal a una nueva primavera.
Se maquillan y perfuman con lenta dedicación,
y cuando menos lo esperas,
te anuncian con decisión, que se van con su pareja, de viaje, a Benidorm.
También están los dormidos,
los que no quieren saber que el verano ya se ha ido,
y que el invierno cercano les termina sorprendiendo todavía en el rellano.
Esos son los que prefieren vivir la vida a su paso,
con sus achaques y sueños guardados como capazos en el fondo de un armario debajo de los recuerdos,
con sus canas, o jugando con los nietos, pero contentos,
para ellos el otoño es un paso hasta el invierno.

María Serralba©



Ocurrió en otoño

Lo despertaron el calor y una pesada sensación de asfixia. Le
costaba abrir los ojos, como si los tuviera pegados y repletos de
puntiagudos granos de arena que le provocaban un tremendo dolor
cada vez que sus párpados intentaban abrirse. Cuando consiguió
abrirlos, sólo encontró una oscuridad vacía y espesa.
Su mente, abotargada, apenas alcanzaba a ordenar a sus
miembros que se movieran, pero sólo la cabeza parecía responder.
Intentó concentrarse para averiguar donde se encontraba y
cómo demonios había llegado hasta allí. Su mente empezó a
vislumbrar imágenes borrosas de un rostro conocido. De una cena a
la luz de las velas. De su sonrisa. De una copa de vino que le acercó
a los labios prometiéndole otro néctar más cálido y dulce. Hasta que
aquellas imágenes empezaron a difuminarse para despertar en esta
negra y cada vez más asfixiante oscuridad.
La sensación de calor se hizo mucho más evidente, agobiándole
en exceso cuando intentó de nuevo moverse sin resultado. De
repente, algo cambió en aquella oscuridad que lo envolvía. Por un
momento pensó que sus ojos se habían acostumbrado al negro
manto de su alrededor, pero el tenue resplandor rojizo que empezaba
a filtrarse a través de aquella oscuridad le mostró lo limitado del
espacio donde se encontraba y su forma rectangular que le resultó
conocida. Pero ya era demasiado tarde. Sólo tuvo tiempo de gritar
mientras aquel resplandor rojizo se transformaba en lenguas
anaranjadas que empezaron a lamerle ávidamente por todos lados.
Mientras Sara, con su traje negro, esboza una leve sonrisa
fingiendo recordar buenos momentos al salir con la excusa de fumar
un cigarrillo. Pero su mente sólo puede pensar en una cosa cuando
observa el movimiento de la llama del mechero. El fuego por fin está
terminando el trabajo dos años después de que aquel otoño,
descubriera su infidelidad. Sara, terminó de fumar su cigarrillo y
comenzó a subir las escaleras hasta llegar a la sala del velatorio.
Ahora sólo quedaba recoger sus cenizas y esparcirlas al viento. La
herencia y su joven amante, pronto le harían olvidar todo aquello.

Jesús Coronado - 2013




OTOÑO

Hojas de otoño: hojas amarillas.
Una niña juega con ellas mientras
el viento se balancea
sobre sus mejillas
y le regala besos de alegría.
La niña sigue jugando sobre
una alfombra dorada.
El aire le hace cosquillas.
Ventoso otoño de tardes dormidas,
de hojas caídas, de fresco aroma
a tierra viva.
La niña sigue jugando.
Las hojas cavilando y cavilando...
que ha llegado el otoño con savia
nueva y nueva vida.
Hojas de otoño: hojas amarillas.
La niña se ríe y ríe,
devolviendo al aire su risa.
La noche se va acercando,
atemperando su alegría.
Hojas de otoño: hojas amarillas.

M Violeta Gambín Sevilla



      TE  ESPERO   
    Fija  en  el  horizonte  la mirada… se  te  espera  sin  desespero,  pareciera  que  no  llegas,  pero  vienes  muy  despacio
andando,  allá  por  setiembre,    se divisa  tu  llegada,  en  el  color  que  das  a  los  atardeceres en  el  que  van  tomando  el  ocre  las  hojas  delos  cipreses…ya cansadas  de  dar  vida  útil,  y    se  van…tomando  su  merecido  descanso,  se  tiñen  de  sonroja-do  las  hojas  de    las  acacias,  del  marrón  oscuro  los  pinos,  los sauces  lloran  amarillentas  lagrimas  y  los  bosques  ven  caer  sus  hojas,  tapizando
los  suelos  como  mullida  alfombra  y  los  prados  se  cubren  de  esa  gama  de
diferentes  colores…  de  otros    olores,  de menos  sabores.  Es  una  delicia  el  esperar,  esa  gestación  que  se  forma  escapando
del  tórrido  calor,  que  a  veces  se  hace  eterno,  un  caminar  por  la  playa
descalzo,  sin  que  la  arena  queme  los  pies,  dejando  apenas  huellas,  porque  ya  casi  nadie  merodea  por  ellas,  así  te  espero,  así  vas  llegando,  lentamente…muy
despacio…luego  de  9  lunas…      que  te
fuiste  dejándole  paso  al  frío,  lluvias,  días  grises,  más  nieve.  De  nuevo  estas
de  vuelta,  es  tiempo  de  recogimiento,  de  estar  más  tiempo  dentro,  así  te  estoy
disfrutando,  de  brisa  suave,  de  temperaturas  menos  cálidas,  los  días  se
acortan,  así  se  te    necesitaba.              Otoño  que  al  fin  vas  llegando,
para  dar  alivio  al  caminante,  que  su  sed  no  desgrave,  como  un  regazo  de
maravillas,  acaricia  tu  suave  brisa,  que  te  espera  sin  desesperar,  el  cuerpo
reposa  cómodamente,  no  es  que  no  llega,  si  que  viene…  despacio…con  prudencia,
para  maravillar  nuestra  vista,  con  sus  colores…nuestro  cuerpo  con  su  clima,
ahuyentando  el  calor.  Es  más  serio,  es  masculino  como  su  nombre,  eso  es…descanso
para  el  labriego,  comienzo  de  aprendizaje  en  los  colegios,  termino  vacacional,
la  vida  tomada  más  seriamente,  entonces  el  otoño…  va  haciendo  su  entrada. Despide  con
una  sonrisa  tenue  al  verano,  que  le  da  la  mano,  la  bienvenida,  por  ser  su
invitado,  acompañándole  a  entrar,  tu  vas  lento…con  algunas  góticas  de  agua,
cual  lagrimas  de  emoción,  él…  se  va  yendo  dejándote  algo  de  su  calor,  se  va
hacia  tierras  lejanas,  que  necesitan  más  su  calor,  se  va  detrás  de  su  amada,  la
primavera,  la  que  no  espera,  ni  desespera  sino  que  sigue  su  andar.  Otoño  que
despacio  llegas…con  menos  calor,  con  tibieza…que  haces  a  las  golondrinas
emigrar,  que  al  hombre,  a  animales,  árboles,  biosfera,  invitas  a  descansar…a
repostar,  a  coger  energías,  para  volver  a  cimentar,  a  brotar,  a  vivir.                                                 
    Allí  por  los  20  de  setiembre…te bautiza  una  grandiosa  luna  llena,  en  el  plenilunio,  mirando  al  sol,  cara  a
cara,  sin  que  la  tierra  se  inmute,  con  ese  mirar,  apareciendo  así  el
maravilloso  otoño,  que  ya  no  se  hace  esperar  más. 

                                                                                                                                                 
Ester  Alonso


TE recuerdo como eras en el último otoño.
Eras la boina gris y el corazón en calma.
En tus ojos peleaban las llamas del crepúsculo.
Y las hojas caían en el agua de tu alma.
Apegada a mis brazos como una enredadera,
las hojas recogían tu voz lenta y en calma.
Hoguera de estupor en que mi sed ardía.
Dulce jacinto azul torcido sobre mi alma.
Siento viajar tus ojos y es distante el otoño: boina gris,
voz de pájaro y corazón de casa hacia donde emigraban
mis profundos anhelos y caían mis besos alegres como brasas.
Cielo desde un navío. Campo desde los cerros.
Tu recuerdo es de luz, de humo, de estanque en calma!
Más allá de tus ojos ardían los crepúsculos.
Hojas secas de otoño giraban en tu alma.
 Pablo Neruda
Leído por Álvaro Tormos ( MAGO ÁLVARO)



Este poema fue leído por Ana Arana y se lo dedicó a MARÍA VILLOTA, corredora de Fórmula 1,que falleció ese día.

MARIPOSA DE OTOÑO

La mariposa volotea
y arde —con el sol— a veces.

Mancha volante y llamarada,
ahora se queda parada
sobre una hoja que la mece.

Me decían: —No tienes nada.
No estás enfermo. Te parece.

Yo tampoco decía nada.
Y pasó el tiempo de las mieses.

Hoy una mano de congoja
llena de otoño el horizonte.
Y hasta de mi alma caen hojas.

Me decían: —No tienes nada.
No estás enfermo. Te parece.

Era la hora de las espigas.
El sol, ahora,
convalece.

Todo se va en la vida, amigos.
Se va o perece.

Se va la mano que te induce.
Se va o perece.

Se va la rosa que desates.
También la boca que te bese.

El agua, la sombra y el vaso.
Se va o perece.

Pasó la hora de las espigas.
El sol, ahora, convalece.

Su lengua tibia me rodea.
También me dice: —Te parece.

La mariposa volotea,
revolotea,
y desaparece.

Pablo Neruda

miércoles, 23 de octubre de 2013

DÍA DE LAS BIBLIOTECAS

DÍA 24 DE OCTUBRE, CITA CON LOS LIBROS





 Leer, algo tan  importante para la comunicación...
Vamos a compartir este día dedicado a las BIBLIOTECAS, que nos cuidan los libros.

martes, 8 de octubre de 2013

LITERATURA ACTIVA: LOS NIÑOS 2DA PARTE

.... y continuamos queridos amigos con la segunda parte de la actividad de Literatura Activa que hemos realizado en Casa del Libro durante el mes de septiembre dedicado a Los Niños ... esperamos que la disfruten...

Este poema  lo recitó nuestro Vicepresidente Pedro Lencina
Autora: Violeta Gambín
        A DORMIR TE VAS

        Un cuento leerás

         si a dormir te vas.

        Con Pulgarcito te acostarás

        y con Cenicienta soñarás.

        El Mago de Oz

        tus pesadillas espantará,

        mientras la Bruja avería,

        de monstruos te librará.

        La Bella Durmiente

        te acunará

        y con Campanilla

        volarás.

        Pequeño, antes de dormir,

        un cuento

        todas las noches leerás

        y así, nada malo

         te sucederá.

         Si escuchas mis consejos, mal no te irá

         y de esta forma aprendiendo, crecerás. 



Obra: Noche de Tensión
Autor: José Salieto
Fragmento de su Tetralogía Crónicas de una nueva raza.
 
NOCHE DE TENSIÓN
  
Me desperté a media noche. No sabía qué hora era, ni tenía medios para saberlo. Pero calculé

que aún faltaba bastante para que amaneciera. Fue un sexto sentido, o algo así, no sé, pero me desperté

con cierta inquietud y temor a la vez. Juraría que fue un ruido. Uno de esos ruidos sordos, que

se producen en la noche cuando alguien intenta evitar que se produzca sin conseguirlo.

Me quedé quieto, inmóvil, escudriñando el silencio y la oscuridad de mi habitación.

Eran unos pasos, unos pasos sigilosos, dados con mucho cuidado, como para que no se oigan,

y sonaban fuera, en el salón. Quise pensar que eran ilusiones mías, que no era cierto, y presté más

atención para asegurarme.

Los volví a oír. Y además, esta vez, acompañados de unos murmullos. Alguien hablaba muy

bajito. Y alguien más le contestaba.

¡Dios mío, han entrado en la casa, están dentro! ¿Pero, por dónde? Repasé mentalmente todas

las puertas y ventanas. Todas cerradas, seguro. Además, con el frío que hacía, era difícil que alguna

ventana se hubiera quedado abierta y hubiera pasado desapercibida. Estaba todo cerrado, seguro.

Y se trataba de un quinto piso, sin balcón. ¿Por dónde entonces...? ¡Mierda, ya está! ¡Por la

galería! Yo había oído hablar de gente que se descolgaba desde las terrazas y entraba por las cristaleras

de las galerías, haciendo un agujero en el cristal, con una punta de diamante, al estilo de las

películas de Hollywood. O simplemente, forzaban las cerraduras de las correderas.

Me puse a temblar. ¿Y si entran en mi habitación? Lo mejor era hacerse el dormido.

No pude evitar afinar más y más el oído, intentando adivinar lo que hacían y decían. Pero estaba

todo muy confuso. Había cierta agitación, no había duda. Pisadas sigilosas que iban y venían.

¡Dios, que no entren en mi habitación, que no entren...!

Tragué saliva varias veces, me acurruqué bajo las mantas y me cubrí casi hasta la cabeza.

¿Por qué tenía que haberme despertado? ¿No hubiera sido mejor dormir, ignorante de los acontecimientos?

Cuando las cosas ocurren mientras duermes, no te enteras, sufres menos. Pero así...

De pronto, algo cayó al suelo y tiró algo a su vez, que cayó dando botes. ¡Jesús, estaba perdido!

¡Ahora sabrían que me tendría que despertar y...! ¿Cómo se afronta una situación de éstas?

Soy un cobarde, lo reconozco. Lo único que supe hacer, fue esconder aún más la cabeza.

Se había hecho un silencio absoluto. Supongo que esperarían a ver si me despertaba, si salía de

mi habitación... me estarían esperando. No me atreví a hacer nada, me quedé quieto, inmóvil bajo las

mantas. Luego, muy despacio, presentí más que oí, unas pisadas lentas y cuidadosas, acercándose a

la puerta de mi habitación. Respiré profundamente, intentando dejar de temblar.

Hubieron unos segundos más de silencio, mientras yo presentía a alguien al otro lado de la

puerta. Luego, el picaporte comenzó a bajarse muy lentamente, mientras el muelle pugnaba por

gruñir y quejarse, queriendo dar la voz de alarma. Pero la cuidadosa mano que lo presionaba, apenas

le dejaba.

Sentí cómo la puerta se iba entreabriendo muy lentamente. Tomé aire y lo retuve, conteniendo

la respiración. Pensé que era mejor hacerme el dormido. Pero, ¿quién se va a creer que alguien siga

durmiendo después del estrépito que se había oído?

¡Sueño profundo, esa era la solución! ¡Sueño profundo y ronquidos! Si alguien tuviera un sueño

muy profundo y encima roncara, seguro que podría no haberse enterado de un estruendo como el

que había sonado! Así que para parecer más convincente, comencé a simular que roncaba.

Sueño profundo, con ronquidos y con la cabeza bajo las mantas, podría dar el pego. Al menos

tenía que intentarlo.

Durante unos segundos que se me hicieron eternos, no pasó nada. Pero sentí aquella mirada

profunda clavándose sobre mí.

¡Que no entren, por favor, que no entren! ¡Que me vean dormido y me dejen tranquilo! ¡Que

hagan lo que tengan que hacer pero que no entren aquí!


 
 
 
Al fin, parece que se quedaron convencidos y la puerta volvió a cerrarse muy lentamente. Después,

muy, muy despacio, el picaporte fue cediendo de nuevo y el muelle gruñó por lo bajito con aires

de liberación, volviendo a su posición natural. Y la puerta volvió a quedar cerrada.

Respiré aliviado. Estaba a salvo. Pero no pude evitar sufrir un ataque de temblores, que me costó

mucho dominar.

Volvieron a oírse los pasos sigilosos, algo que crujía suavemente, pequeños golpecitos sordos...

y luego silencio de nuevo. Nuevamente pasos alejándose y por fin, silencio. Un silencio absoluto.

¿Se habían marchado? ¡Quién sabe! Pensé en levantarme y ver qué había pasado, pero no me

atrevía. Con mayor certeza, cerca del amanecer seguro que ya no estarían y entonces podría levantarme

sin temor a un encuentro desafortunado.

Así que decidí esperar. Intenté dormirme de nuevo, pero mi instinto no me dejaba. Di vueltas y

más vueltas en la cama, eso sí, con mucho sigilo por si acaso.

Después de mucho luchar por serenarme, logré calmar mis temblores, mis nervios y mi temor.

Acabé relajándome y dormité a pequeños intervalos, esperando ansiosamente la claridad del amanecer.

Desde mi posición en la cama, la claridad del nuevo día se veía a través de los resquicios de la

ventana, por lo que yo esperaba aquella luz salvadora con verdadera ansiedad.

No sé como, pero acabé durmiéndome de verdad. Supongo que presa del cansancio y el agotamiento,

por la tensión soportada.

El mismo sexto sentido que me despertó a media noche, acabó despertándome de repente.

Asomé la cabeza por fuera de las mantas, y miré hacia la ventana.

Allí estaba la luz.

Presté atención una vez más, escuchando por si se oía algo en el salón, y nada. Todo había pasado

ya. Podía salir.

Me levanté de la cama, nervioso, pero decidido. Hice un ademán de abrir la puerta, pero el frío

me dio un toque de atención y decidí ponerme el batín y las zapatillas. No era buena idea salir en

pijama y con los pies descalzos.

Luego, abrí lentamente la puerta y me asomé con mucha precaución. No pasó nada. Así que salí

decididamente y sin hacer ruido.

¡Dios mío, no podía creerlo! ¡Estaba todo amontonado, pero con un amontonamiento estudiado

y muy cuidado, como para que no se pudieran caer las cosas!

¡Todo al pie del árbol, con mucho confeti y serpentinas por ahí tiradas! ¡Y los platos y vasos casi

vacíos, apenas habían dejado nada! Y allí estaba también, a un lado, la bola del árbol que se había

caído dando botes.

No pude evitarlo más, dejé de contenerme y me lancé hacia aquel montón de paquetes envueltos

en miles de colores. Comencé a romper papeles tan deprisa como pude y ante mis ojos aparecieron

los envases más deseados, anunciando su emocionante contenido.

Lápices de colores, cuadernos para colorear, plastilina... ¡un mecano! Y... ¡oh, Dios mío! ¡Un escalextric!

¡No podía creerlo!

-¡Mamá, mamá...! comencé a gritar mientras corría hacia la habitación de mis padres-. ¡Mira lo

que me han traído, mira lo que me han traído!

Mis padres se levantaron a toda prisa y se hicieron los sorprendidos mientras yo volvía a bucear

entre restos de papel de regalo, cajas, serpentinas, confeti, caramelos, tebeos, juegos de mesa, y

empecé a abrirlo todo esparciendo por doquier toda mi alegría y mi júbilo. Y mientras lo hacía, se iba

iluminando mi mente recordando aquellos momentos de tensión durante la noche: ¡nada de dejarse

descolgar por la galería desde la azotea, abriendo agujeros en los cristales, ni nada parecido! ¡Eran

Magos, por lo tanto, no necesitaban de nada para poder entrar en las casas! ¡Les bastaba con atravesar

las paredes!
 
 
 
 
Obra: El álbum de mamá
Autora: Augusta Santana
Se me ocurrió mirar las fotos más pequeñas del álbum más antiguo de mamá.
Por alguna razón me llamaban esos bordes contorneados que hacían de paspartú enmarcando las fotos. Poco a poco saltaron a mis ojos los niños retratados en ese blanco y negro que ahora ya mudaba su color, a un translúcido raro de los años dormidos.
Recordé tantas cosas en esta tarde de otoño, que al despegar mis manos de las solapas enteladas del álbum, sabía que lloraba porque había un vacío, de todos los que fuimos escogidos para ilustrar los ratos de unas vidas, sobre ese papel luminoso y satinado.
Vi la luz que jugaba en la abiertas manos de Sofía, pintando en la pared sus animales al amparo de la lámpara que el ama sostenía. El veloz caballero D. Manuel con su espada y su cota que despertaba a la eterna princesa con su beso y rendía su sombrero de plumas a sus pies. Candela, la distraída muñeca de papá que miraba sentada en el regazo de la abuela y que se revolvía como loca cuando algo le gustaba aplaudiendo con sus gordas manitas. La morenita Lola, que usaba las piezas de construir castillos para hacer parques y jardines de flores, como los del Retiro y nos hacía oler sus arcos, para notar el aroma de las rosas rojas que veíamos tantas veces.
El antifaz que un día trajo el abuelo a casa, se ha quedado en los ojos al lado de una sonrisa abierta, cómplice y feliz de poseerlo del bravo D. Manuel... ¡ un regalo precioso que cuidó siempre con esmero su dueño ! Usaba sus pistolas como cualquier valiente del Oeste y arreaba a un ganado imaginario por los pasillos de la casa, con su antifaz calado, hasta que era mamá quien lo paraba en esas correrías.
Por dos veces me recorrí las fotos como si así, pudiera regresar un momento a esos días donde sólo vivíamos, sin saber que todo se quedaría impreso en mil fotografías.
Sí que me acuerdo, sin que tenga que ayudarme de ninguna imagen, de mi madre jugando con nosotros, o de las cartas que papá nos dejaba en rincones de la casa, para que al encontrarlas supiéramos que estaba viviendo a nuestro lado, sin quitar los secretos de sus niños, pero sabiendo de ellos.
Sus niños que ahora lo vemos todo desde lejos y sin embargo, todo tan dulce como antaño.
Y he pensado después de repasarlo, que si tengo que ser niño en otra vida...quiero volver a ser de ellos.


 


 
 
Obra: Reflejos de mi niñez
Autor: Ángel Reyes (Poemas del Alma)
Leído por Montse Aracil
 
Reflejos de mi niñez
 
 
Reflejos que no se adormecen

del niño que un día fui

son esos reflejos del alma

de momentos que viví

entre besos de mi madre

que me hicieron tan feliz.

Cuando la desdicha aflora

en mi corazón de adulto

recurro a esos recuerdos

concediéndome el perdón

de los errores pasados

y alegrar mi corazón.

Que haría sin los reflejos

de mi niñez milagrosa...

la vida se me hace hermosa

recordando ese cariño,

que mi madre iba plantando

en mi corazón de niño.

Este reflejo de ahora

en mi dulce corazón,

no es mi merito señora,

es merito de esa ilusión

con que mi madre me criara

con amor y devoción.

Sufrí de calamidades

dificil de superar...

una mirada interior

y me vuelvo a levantar

por que veo ese reflejo

que en mi corazón está....
 
 

Poema: Mágica Televisión
Autora: Violeta Gambín Sevilla
 

Poemas seleccionado y publicado en noviembre de 2011 en el libro de RELATOS URBANOS.

Editorial ECU.

 

MÁGICA TELEVISIÓN

              Aprendemos de aquello que vemos y de lo que vivimos...

            A Sofía se le ilumina su cara, cuando recuerda con cariño el día que su padre trajo a casa una televisión. Aquel aparato sustituyó de pronto a la radio, que hasta entonces había sido, junto con los libros, la distracción de toda la familia.

            Sofía acababa de cumplir ocho años ese mes de agosto de mil novecientos sesenta y nueve. Su cabeza estaba cargada de sueños, algunos alcanzables; otros no tanto. Sin embargo, aquel verano se presentaba suculento, gracias a aquel enorme cacharro que por primera vez entraba por la puerta de la casa, en la que pasaban el verano ella y su familia.

            «No te puedes ni imaginar lo que supuso aquello para mis hermanos y para mí. Era una gozada sentarnos frente al televisor por las tardes a la hora de la sobremesa para ver la peli del Oeste. Se trataba de películas entretenidas, en las que los vaqueros y los indios entablaban luchas sangrientas. Y aunque las películas eran en blanco y negro, a mí me gustaban.

Al principio me preguntaba, a todas horas, cómo era posible que los personajes que aparecían en los relatos de los libros de Marcial Lafuente Estefanía cobraran vida detrás de aquella enorme pantalla... más tarde lo supe, pero habían transcurrido algunos años».

             A Sofía le gustaba ver los programas que día tras día aparecían frente a ella, encendiendo su mente. Los documentales de “El hombre y la tierra” que fueron para ella su inspiración. El programa “UN, DOS, TRES, responda otra vez” Los chirripitiflauticos, con Locomotoro, Valentina y el capitán Tan y muchos otros que recuerda con agrado, y de los que aprendió todo lo que ahora sabe.

            Y así, entre el color tierra de la Meseta Castellana y el azul del Mar Mediterráneo, Sofía se crió al abrigo de la magia que brotaba de la televisión, viviendo dulces momentos, entre tardes calurosas y horas que discurrían lentas entre el devenir de los bocadillos de vino con azúcar y los helados de la marca del Coyote que degustaba sentada frente al televisor.

            Con el paso del tiempo, vienen a su memoria las películas de terror que por primera vez los chavales veían, rezagados detrás de la puerta del salón para que los papás no les regañaran, porque estaban vetadas a los menores de edad. Los programas educativos, sí, esos que ahora se echan en falta y aquel entrañable festival de Eurovisión que año tras año ilusionaba a los más pequeños de la casa, y que coincidía con el verano, época de vacaciones estivales. Más tarde desfilarían ante sus ojos más programas y series, como la familiar y plañidera: La casa de la pradera, con su melodía dulce; el programa de cuentos: “Un globo, dos globos, tres globos”, que formaron el carácter de aquella mocosa de ocho años que creció al abrigo de aquellas enseñanzas, gracias a la influencia de las musas que se asomaban a la ventana de aquella televisión, que su padre le compró aquel verano.

 
 

LA CAJA DE LOS TESOROS
Autora: Aurea López

El mar de las caracolas

fuerte ruge en la historieta

de océanos y sirenas

que dos niños imaginan:

Violeta es una adivina

y Miguel resulta un mago

remando en una canoa

que les lleva hasta una isla

para descubrir al truhán

que roba las golosinas.

Raudos llegan en su barca

a un mundo de fantasía,

donde otros niños en juegos

inventan sus aventuras 

de hechizos y maleficios,

encantamientos y brujos.

Antes de volver a casa

recogen conchas y estrellas

que guardan en una caja

que llaman de los tesoros.
 
 
 
 
 
 
 
 
 Nos deleitó con su preciosa voz cantando una canción Carmen Rodríguez
 
¡¡¡Esperamos que los hayan disfrutado!!!