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martes, 29 de octubre de 2013

ACTIVIDAD VARIADA DE ARTES DE PLACEM EN EL FNAC












DAVID LENCINA

























MONSE ARACIL SEVA













PEDRO LENCINA













GRUPO DE PLACEM, Y AMIGOS AL FINAL DEL RECITAL EN EL FORUM DEL FNAC




ALBERTO ESCOLAR



PÚBLICO ASISTENTE EN EL FORUM DEL FNAC












MIGUEL GRACIA SANTUY







MARÍA SERRALBA




ANA ARANA














PACO CARRIÓN





 CHELO LENCINA





AUGUSTA SANTANA












MAGO ÁLVARO
SE FINALIZÓ LA ACTIVIDAD DE PLACEM, CON EL PRECIOSO NÚMERO DEL MAGO ÁLVARO
A continuación los textos que se leyeron

¡AQUÍ ESTA JUAN!

Recuerdo unas lecturas de mi época de estudiante, plasmadas en un libro titulado algo
así como “Lecturas Ejemplares”, que verdaderamente eran eso … lecturas ejemplares
con moraleja, la mayoría tirando bastante a la doctrina cristiano-católica que era la base
en esos tiempos donde yo estudiaba y me educaba.
Entre las muchas historias que contenía el libro había una que se me ha quedado grabada desde entonces (y de esto hace ya mucho tiempo). La voy a tratar de recordar aquí para todos ustedes. Lo haré a modo de resumen y poniendo de mi parte algunos cambios y añadidos.
Erase un hombre muy pobre que vivía en una aldea perdida en la montaña, subsistía con lo poco que le podía arrancar a la tierra que trabajaba con sus manos y una azada, pues ni siquiera tenía un arado para poder labrarla, cuanto menos una pobre mula para tirar de ese hipotético arado.
Vivía solo desde que sus padres murieron hacía ya varios años cuando él solo era un mozalbete, solo tenía una pobre cabaña donde cobijarse y la soledad que le acompañaba todos los días de su vida. Pero este buen hombre llamado Juan, nunca se desmoralizaba, siempre sacaba fuerzas de flaqueza para seguir adelante.
No había ido a la escuela, por allí la más cercana distaba muchos kilómetros, además de no disponer de medios ni tiempo para asistir a las clases, por lo que solo sabía las pocas letras que sus padres antes de morir le habían enseñado, con una escritura rudimentaria y leyendo entrecortadamente algunos párrafos sencillos, ese era su único bagaje cultural.
Pero la falta de cultura la suplía con creces con su buena voluntad, su honradez, su sencillez y su trabajo.
Cada vez que se levantaba y se acostaba miraba al cielo y decía simplemente: Señor, aquí está Juan”.
Pasó el tiempo y llegó a la aldea una mujer que también se había quedado sola, por lo que se instaló con otra familia de las pocas que allí vivían que eran sus únicos parientes.
Juan y esta mujer intimaron rápidamente y pronto unieron su soledad pasando a formar un matrimonio bien avenido, por lo que Juan de nuevo y como siempre hacía, miró al cielo y solo dijo su frase: “Señor aquí está Juan”.
Tuvieron un hijo, que a los pocos años de nacer y cuando todo parecía sonreír a la pareja con la alegría de este nuevo ser, contrajo unas fuertes fiebres y como los médicos estaban muy lejos de la aldea, no pudieron atenderle por lo que falleció a los pocos días de contraer la enfermedad. De nuevo volvió la tristeza a nuestro personaje, pero él miró otra vez al cielo y dijo: “Señor aquí está Juan”.
La esposa de Juan entristeció de tal manera, con la pérdida del hijo que tanta ilusión había traído a sus vidas, que se puso muy enferma (con la enfermedad que hoy llamaríamos depresión), y a los pocos meses sin que se pudiera hacer nada por ella también falleció, dejando de nuevo a Juan solo como casi siempre había estado.
Juan siguió con resignación todos estos avatares de su pobre y maltrecha existencia, nadie lo vio decaer, ni maldecir su desgraciada vida, ni una sola queja salió de sus labios en ningún momento, siguió trabajando la tierra que tan poco le daba y tanto le quitó, y siguió mirando al cielo diciendo: “Señor aquí está Juan”.
Esta narración como digo, es un extracto de lo que yo recuerdo del libro antes mencionado. He aquí un ejemplo de lo que es la resignación de un ser humano, y de lo que es la fe que hay que tener en algo Superior, anteponiendo nuestros propios padecimientos al egoísmo de la raza humana tan dado hoy y siempre.
Podemos estar postrados en una cama, ir en silla de ruedas, padecer las máximas fatigas, pero no por ello hay que dejarse llevar por el desánimo total. Tampoco hay que ser muy instruido, ni muy poderoso para poder llegar a decir a pesar de todo, como el buen hombre de la historia que acabamos de leer: “SEÑOR AQUÍ ESTOY”.
Paco Carrión-Galecar.





                                     CODICIA, DE JORGE BUCAY

Cavando para montar un cerco que separara mi terreno del de mis vecinos, encontré, enterrado en el jardín, un viejo cofre lleno de monedas de oro.
A mí no me interesó por la riqueza, sino por lo extraño del hallazgo.
Nunca he sido ambicioso, y no me importan demasiado los bienes materiales...
Después de desenterrar el cofre, saqué las monedas y las lustré. ¡Estaban tan sucias y herrumbrosas las pobres!
Mientras las apilaba sobre mi mesa ordenadamente, las fui contando...
Constituían una verdadera fortuna.
Sólo por pasar el tiempo, empecé a imaginarme todas las cosas que se podían comprar con ellas...
Pensaba en lo contento que se pondría un codicioso que topara con semejante tesoro...
Por suerte...
Por suerte no era mi caso...

Hoy ha venido un señor a reclamar las monedas.
Era mi vecino
Pretendía sostener, el muy miserable, que las monedas las había enterrado su abuelo y que, por lo tanto, le pertenecían.
Me fastidió tanto...
... ¡que lo maté!
Si no lo hubiera visto tan desesperado por tenerlas se las habría dado, porque si hay algo que a mí no me importa, son las cosas
Que se compran con dinero...
Pero, eso sí, no soporto a las personas codiciosas...

Leído por Pedro Lencina Fuentes



          FRAGMENTO DEL RELATO: 

            A LA LUZ DE UN CANDIL


Dormía tres horas, no más, y comía una vez al día.
El frío de los inviernos que pasó en aquella casa hizo de ella un alma solidaria con el sufrimiento humano.

—A veces escuchaba a lo lejos el sonido de las bombas y sentía miedo, así que, me refugiaba en el microscopio tratando de exprimirlo al máximo, invadida de un afán de conocimiento que surgía de mi interior y que arrasaba con el interés a todo contacto externo. Las noches se hacían largas y no podía dormir. Me levantaba en la madrugada dos o tres veces, y me iba con la luz apagada hasta el laboratorio. De vez en cuando encendía una pequeña radio, tratando de conectarme con el mundo exterior, era el único vínculo que tenía: —Desde la BBC de Londres, retransmitiendo...
El laboratorio aparecía silenciado por el ruido de la música suave que se escuchaba de fondo —un ligero vals vienés—, mientras que Rita observaba por el microscopio las cédulas de la yema de un huevo. No podía imaginarse que en un futuro sus investigaciones a la luz de un candil darían su fruto, y gracias a ello podrían detectarse a tiempo muchas enfermedades mentales y atajarlas de un plumazo.
Junto a su libreta de fórmulas siempre se encontraban el lápiz y la goma de borrar: utensilios de los que no podía prescindir. Los mismos que años después le acompañarían en el camino, que de tanto pisarlo con fuerza se iba haciendo duro como una roca. Tanto que el alma de Rita se hizo fuerte al acaparo de aquel encierro forjado de acero.
—Rita, hija, baja a comer —Le pedía a veces su madre, casi suplicándole. Y es que el interés por sus estudios absorbía a la joven, alejándola de la realidad que se estaba viviendo. Y, como una colegiala al borde de la locura pesaba horas y horas encerrada en la habitación, alumbrada solamente por la suave luz de un candil. 

Del libro " Alas blancas de cometa " de Violeta Gambín Sevilla


 
FRAGMENTO DE  "EL ALCE"  DE EDGAR ALAN POE

No hace mucho visité el arroyo por el camino descrito y pasé la mayor parte de un día bochornoso navegando en un esquife por sus aguas. El calor fue venciéndome gradualmente y, cediendo a la influencia del paisaje y del tiempo y al suave movimiento de la corriente, me sumí en un semisueño, durante el cual mi imaginación se solazó en visiones de los antiguos tiempos del Wissahiccon, de los «buenos tiempos» en que no existía el Demonio de la Locomotora, cuando nadie soñaba con picnics, cuando no se compraban ni se vendían «derechos de navegación», cuando el piel roja hollaba solo, junto con el alce, los cerros que ahora se destacan allá arriba. Y mientras estas fantasías iban adueñándose gradualmente de mi espíritu, el perezoso arroyo me había llevado, pulgada tras pulgada, en torno a un promontorio y a plena vista de otro que limitaba la perspectiva a una distancia de cuarenta o cincuenta yardas. Era un cantil empinado, rocoso, que se hundía profundamente en el agua y presentaba las características de una pintura de Salvator Rosa mucho más señaladas que en cualquier otra parte del recorrido. Lo que vi sobre ese acantilado, aunque seguramente era un objeto de naturaleza muy extraordinaria, considerados la estación y el lugar, al principio ni me sorprendió ni me asombró, por su absoluta y apropiada coincidencia con las soñolientas fantasías que me envolvían. Vi, o soñé que veía, de pie en el borde mismo del precipicio, con el cuello tendido, las orejas tiesas y toda la actitud reveladora de una curiosidad profunda y melancólica, uno de los más viejos y más osados alces, idénticos a los que yo uniera con los pieles rojas de mi visión.
Digo que durante unos minutos esta aparición ni me sorprendió ni me asombró. Durante ese intervalo mi alma entera quedó absorta en una intensa simpatía. Imaginé al alce quejoso tanto como maravillado de la manifiesta decadencia operada en el arroyo y en su vecindad, aun en los últimos años, por la cruel mano del utilitarismo. Pero un ligero movimiento de la cabeza del animal destruyó de inmediato el conjuro del ensueño que me envolvía, y despertó en mí la sensación cabal de la novedad de la aventura. Me incorporé sobre una rodilla dentro del esquife y, mientras dudaba entre detener mi marcha o dejarme llevar más cerca del objeto que me había maravillado, oí las palabras «¡chist!, ¡chist!», pronunciadas rápidamente pero con prudencia desde los matorrales de lo alto. Instantes después un negro emergía de la maleza, separando las ramas con cuidado y caminando cautelosamente. Llevaba en una mano un puñado de sal y, tendiéndola hacia el alce, se acercó lento pero seguro. El noble animal, aunque un poco inquieto, no hizo el menor intento de escapar. El negro avanzó, ofreció la sal y dijo unas palabras de aliento o conciliación. Entonces el alce agachó la cabeza, pateó y después se echó tranquilamente y aceptó el ronzal.
Así termina mi cuento del alce. Era un viejo animal mimado, de hábitos muy domésticos, y pertenecía a una familia inglesa que ocupaba una villa de la vecindad. 

LA HOJA DE OTOÑO


Hoy sentí el Otoño cerca
al ver caer a las otras sobre la acera desierta,
y ser barridas a un cesto sin cariño y sin esmero,
como cualquier hoja seca.

Aferrándome a mi rama, con las uñas y los dientes,
procuré bien sostenerme como en mi más tierna infancia,
y volver a germinar como un pequeño esqueje abultado y sin formar.

Desde allí, aun recuerdo, oler a la Primavera,
rodeada de otras muchas poblando la rama seca,
y verme al fin convertida en preciosa enredadera.
y disfrutar del Verano,
con una larga melena de color verde profundo que lucía esplendorosa para aquel que la quisiera.

Un repentino frio se está metiendo en la tierra,
al lugar donde yo vivo, y al tronco que me alimenta.

“El Otoño está tardío” –le oí decir a la vieja,
paseando con su nieto mirando mi enredadera,
y me ofreció sus caricias con sus manos sin certeza,
a las cuales respondí, enredándome yo en ellas.

Hoy sentí cerca el Otoño cuando me vi descender,
ofreciendo piruetas al viento del amanecer,
y al toparme contra el suelo, con pavor le pude ver;
el hombre al cual yo admiraba por su monótono hacer,
hoy recogía del suelo, hojas muertas de mi árbol,
el Otoño ha llegado y yo, perezco con él.

María Serralba©




                                        Tan " rarita "...

Que nunca sé bien quien soy porque ando desdoblada, porque me gusta la nada para poder encontrarme, que aún sabiendo que me estallo contra paredes y muros, sigo pasando fronteras siempre que salgo a las calles donde vivo desnudada del cuerpo que me persigue y que escucha mis silencios y mis gritos más profundos, los que el alma callay sabe.
Soy como la más triste historia del más triste territorio qué se hacolado en mis letras, sin invitación de nadie...
Puede... no sé... igual si algún día me veo, puede... quizá... tal vez si encuentro mis pasos y regreso por mis fueros, puede...
No sostengo disciplinas ni me tapo con caretas.
Soy quizá " tan rarita", como me quisieron otros, que no supieron mirarme hasta el fondo de los ojos, único lugar que habito cuando vivo sola yo y las palabras que escojo.
Soy asunto de demonios debutantes entre chasquidos del alma o puede que de bendiciones que atraviesan falsas aguas, para llegar al destino de unas perdidas lágrimas.
Puede... tal vez si me recorro los sueños y me paseo las noches al borde de las migrañas, se me pare el corazón entre unas manos de unloco, que sepa decir quien soy pues me ha mirado los ojos, a través de una razón que siempre miró hacia
nada, para no tener que huir de tanta tonta mirada.
No soy yo, si me obligo a ser un alguien, igual que algún otro alguien, que se parece a otro alguien... y ninguno mira a nadie y ninguno dice nada.
Si soy, es que sigo viva, arrastrando mis cadenas y mis palabras vencidas.
Las que sostienen mis pasos, mis locuras y mis días.

                                      Augusta Santana



A todas las mujeres…

Desde hace días casi no puedo controlar mis brazos, mis pensamientos, ni mis manos, pensando en escribirles algo, pensando en escribirles a mis queridas amigas, pensaba escribir esto para mis amigas, pero creo que todas las mujeres son mis amigas y yo soy amigas de todas, que todas somos amigas porque somos mujeres, porque casi nada hay mejor en este mundo que compartir un café o una taza de té con una amiga, que reír con ella, que compartir con ella, que llorar con ella, que conversar con ella.

¡La energía que emanamos, que regalamos, que recargamos y que descargamos al compartir con una amiga, es incomparable con nada, ni siquiera con una caja de chocolates masticados uno por uno y saboreados hasta el final!

Porque mujeres, somos amigas, solidarias, confraternales, compinches, unidas, somos la bondad, el amor, el cariño, el respaldo, la magia, la energía, la mano amiga, la risa, el calor, el sexo, la comida, el cuidado, la complicidad, el pañuelo, la alegría de la casa, las madres, las esposas, las amantes, las hijas, las hermanas, el plato de sopa caliente para un resfriado, el pilar central del edificio, el romanticismo, la serenidad, la compresa olvidada, el regalito oportuno, los colores, las compañeras, las risas entre lágrimas, la fortaleza, la eficiencia, el sentimiento, las uñas rotas, los tintes, las ideas, las compañeras, la mejor terapia, el supermercado, la serenidad, los recibos, el colegio, las flores, las dietas, el jardín, la cerveza, la música, la copa de vino, el incienso, la universidad, las fotografías, las cremas, las flores, los chistes, el trabajo, …el sin fin de cosas buenas y otras malas por supuesto que tenemos, pero que todas ellas nos hacen ser la luz del mundo, si así es, sin ninguna modestia lo digo, aunque no le guste a mucha gente escucharlo o leerlo, de nosotras sale la vida y ese es un gran privilegio, de nosotras sale la luz, el futuro, el mundo entero sale de nosotras…y de ahora en adelante lo verán mas claro, la Luz no se puede tapar con un dedo y eso hay que tenerlo siempre en cuenta.

Las quiero amigas y les doy las gracias por existir.
Besos a todas las mujeres del mundo.
Nos vemos en el próximo café…

Ana Arana

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